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domingo, 2 de septiembre de 2012

Subasta de mujeres


A propósito del programa ¿Quién quiere casarse con mi hijo?

por María Díaz Reck





Lunes, 20 horas. En el informativo de TELEFE la noticia conmueve: un asesinato múltiple que se inscribe en la larga lista de casos extremos de violencia contra las mujeres. Esta vez el horror acontece en Benavidez, donde un hombre -con denuncias previas de violencia contra su esposa- es acusado de asesinar a la hija, la hermana y la madre de su ex pareja.

Lunes, 22:30 horas. Dos horas más tarde, y por el mismo canal, lo que aparece en la pantalla nos resulta chocante: Catherine Fulop ofrece a millones de televidentes, exultante, un programa que destila machismo por cada uno de sus poros.  En cada emisión de
¿Quién quiere casarse con mi hijo? (dos veces por semana en horario central) desfila un “harén” de diez postulantes, las que se encargarán de ofrecerse de la manera más atractiva a un muchacho, el "hijo" en cuestión, que busca una mujer para casarse. Las entrevistas se realizan con la madre del "beneficiario" presente, quien investiga con la mirada inquisidora los atributos de cada candidata que, según la propia Fulop, “tiene 5 minutos para conquistar el corazón del elegido”. Quien lo logre resultará ganadora del certamen y, lógicamente, quienes no resulten aprobadas serán eliminadas.



El mecanismo del programa resulta reaccionario desde el primer segundo, porque se sustenta en la idea de que las relaciones personales se pueden resolver mediante un casting o un estudio de mercado, cual empleador o gerente de Recursos Humanos elige a los trabajadores de una empresa. Pero sin dudas se profundiza cuando escuchamos las preguntas de la entrevista, que hacen tanto el hijo como la madre. Ahí constatamos una vez más la violencia contra las mujeres que se ejerce de forma naturalizada y cotidiana desde los grandes medios de comunicación. "¿Sabés planchar?", "¿Sabés cocinar?", "¿Querés tener hijos?", son las preguntas que se repiten con cada concursante, ubicando a la mujer en un lugar "natural" de esposa reproductora, ama de casa y objeto sexual. Además las postulantes tienen que pasar por la prueba de la celulitis, en la que una médica esteticista realiza una inspección ocular tras la cual indica con un marcador las “zonas peligrosas” de cada chica, acumulando en cada nuevo bloque situaciones denigrantes para las mujeres.

Capítulo aparte merece el rol que se le asigna a la madre, la futura suegra preocupada por ubicar bien a su hijo, la madre poderosa que ayudará a su vástago a tomar la decisión final. Una operación muy astuta de los productores, haciendo que una mujer sea la que contribuye a reproducir (y ella misma reproduce) la práctica sexista, machista de sojuzgar a las mujeres, alienarlas como meros objetos que sirven a la reproducción, a la limpieza del hogar y a los deseos sexuales del hijo.

Si sumamos comentarios lesbofóbicos, como los de una madre horrorizada que, después de haberse enterado un “dato” le apunta al hijo sobre una candidata "ésta no te conviene, ¡tuvo experiencias lésbicas!", el combo reaccionario no tiene desperdicio.






 

Si bien este programa parece ser un extremo bizarro de aquello que estamos acostumbradas y acostumbrados a ver; es común que los medios tengan en sus grillas programas variopintos cuyo común denominador es ubicar a las mujeres como meros objetos (sexuales, domésticos, funcionales a las necesidades del hombre, etc.). Tinelli y su Show Match es un claro ejemplo. Los medios producen y reproducen violencia contra las mujeres todo el tiempo. Y hacen gala de un cínico doble discurso cuando en la pantalla conviven informativos con denuncias de violencia de género (a los que convocan a especialistas que desarrollan importantes reflexiones sobre las condiciones sociales en las que esa violencia se da) con programas que exudan precisamente esa violencia contra las mujeres y un machismo exacerbado en altas dosis. Violencia que se manifiesta también a través de publicidades sexistas, en las que el detergente, el lavarropa, el limpiabaños y la cocina tienen como exclusivas protagonistas y destinatarias a las mujeres.

Cada vez que una mujer es tratada desde los grandes medios masivos como un objeto, cada vez que es ofrecida como una mercancía que se puede vender y comprar, que se puede elegir y “dejar pasar”, como lo muestra de forma extrema ¿Quién quiere casarse con mi hijo?", se ejerce violencia contra las mujeres, respaldando y legitimando otras múltiples formas de someterlas, oprimirlas y dominarlas. Así los medios se convierten en un eslabón más de una larga cadena de las variadas formas de violencia que se ejerce contra nosotras, de las cuales el femicidio se puede considerar el último y más terrible.

Las leyes y la vida

En la Argentina de la última década, la Argentina de la era K, no faltan las leyes cuyas letras indican que el Estado tiene que proteger a las mujeres (1). Incluso la Ley de Medios (que supuestamente está en vigencia desde hace más de dos años) se refiere a la “equidad de género” planteando que hay que “promover la protección y salvaguarda de la igualdad entre hombres y mujeres, y el tratamiento plural, igualitario y no estereotipado, evitando toda discriminación por género u orientación sexual”. Pero con ley y todo las agresiones y el rol de objeto sexual en la que los medios siguen ubicando a las mujeres aumenta cada día e invade las pantallas, las revistas y los diarios. Será que, como decía el revolucionario ruso Lenin, "la igualdad ante la ley no es la igualdad frente a la vida"

La realidad es que la violencia contra las mujeres en todas sus formas ha ido en aumento durante todos estos años. Las estadísticas marcan que en la Argentina matan a una mujer cada 30 horas por violencia femicida y se registran más de 300 denuncias por día sólo en la provincia de Buenos Aires. Y sabemos que ninguna ley -aunque se cumpliera, cosa que tampoco sucede- puede enfrentar hasta el final la violencia contra las mujeres porque ésta es parte intrínseca de un sistema social, el capitalismo, basado en la opresión y en la explotación que una minoría apropiadora de bienes y personas ejerce sobre una mayoría expropiada.




 


Martes, 8 horas. Prendemos la tele. En la pantalla irrumpe una imagen que muchos no esperaban: una movilización de las compañeras y compañeros de Kraft, quienes viajaron desde Pacheco hasta el Obelisco exigiendo que les devuelvan los "premios" que les habían descontado. Esos descuentos fueron en represalia a las medidas tomadas por los trabajadores con su Comisión Interna a la cabeza. Como explicaban ellos en un volante que hicieron circular en medio del conflicto, se trata de una dura pelea por categoría para “trabajadoras que hace 10, 15 o 20 años no les reconocen. Ellas hacen los trabajos más duros, los que generan más enfermedades, donde hay más trabajo manual y se necesita hacer fuerza física. Es por eso que son ellas las que sufren más enfermedades laborales como la tendinitis. Nuestras compañeras sufren por eso peores condiciones de trabajo y tienen en muchos casos las categorías más bajas. No cualquiera puede hacer ese trabajo manual y repetitivo todos los días, 6 días por semana ¿Porque se niegan a darles a esas compañeras el trato que se merecen? ¿Creen realmente que no se merecen tener una categoría mayor  por un trabajo de este tipo? ¿Algún jefe podría hacerlo? Definitivamente no; ningún hombre de la gerencia podría hacer lo que hacen en Envasamiento nuestras compañeras, y sin embargo esos mismos hombres son los que les niegan a nuestras compañeras el mínimo derecho a tener una mejor categoría para llevarles a sus familias algo más. Por eso pedimos las categorías para las compañeras, para que se equipare también la situación entre trabajadores hombres y mujeres. Para que se valore a las compañeras, para que no haya discriminación”. Podríamos agregar que esos mismos gerentes son los que gustosos desembolsan decenas de miles de pesos para auspiciar y sostener a los medios masivos que, justamente, hacen grandes esfuerzos por transmitir la idea de que las mujeres, siempre y en todo lugar, valen menos que los hombres y tienen una categoría inferior.
 
Son ellas, las valientes mujeres trabajadoras de la alimentación, las que, organizadas y movilizadas junto a sus compañeros, ya derribaron un pedazo de violencia machista cuando lograron desplazar de su puesto a un jefe que había acosado a una compañera. Ellas son las que ahora reclaman más derechos elementales. Las que, una de estas mañanas, obligaron a los móviles de los noticieros a cubrir la "noticia" de que en Kraft hay desigualdad, discriminación y abusos contra las mujeres. No porque los gerentes de los canales hayan querido, sino porque ellas se lo impusieron movilizándose en las calles.

Si el machismo y la opresión nos indignan, sólo hay un camino: transformemos la indignación en organización.


(1) La ley 26485 De Protección Integral para prevenir, sancionar, y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrolle sus relaciones interpersonales fue aprobada en marzo de 2009.

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