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martes, 7 de mayo de 2013

Es una nena: del humor, el machismo y otras yerbas…

Y de repente, alguien escribió. Es que estos temas, tocan las fibras mas profundas de compañeros y compañeras. En este caso, a cargo de Celeste Murillo, una opinión sobre el tan resaltado "humor" (machista) de esta época, que no es tan distinto al de otra ni mucho menos; cómo intenta sostener la otrora bailarina de Tinelli, Florencia Peña: "tiene que ver con un momento, ahora a nadie se le ocurriría pegarle una cachetada (a una mujer) en una novela", como si esto fuera porque la violencia hacia la mujer haya sido eliminada de esta tierra. Esta declaración suena a como si el caso Marita Verón, ya hubiera sido resuelto.
 Bueno, basta de preámbulo. A continuación el post.



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Es una nena: del humor, el machismo y otras yerbas…

Hace varios días se discute sobre el pedido que hizo una ONG a TELEFE para que deje de pasar el sketch del programa “Poné a Francella” llamado “La nena”. Esta discusión se repitió en oficinas, escuelas, cenas familiares, clases de facultad, turnos de fábrica, sala de enfermeras y reunión de amigos.
Es imposible dejar de lado los cruces entre los medios oficialistas y opositores que, como Clarín, denuncian que el ataque al actor Guillermo Francella se explica por sus declaraciones sobre la inseguridad y sobre el gobierno.
Sin embargo, el debate que está detrás de estos cruces, y lamentablemente queda en un segundo plano, es el verdadero debate: cómo juegan los medios de comunicación en una realidad donde las mujeres y las niñas somos blanco de la violencia machista, que se expresa en todos los grados, desde los insultos y el maltrato cotidiano hasta los peores casos de abusos, violaciones y feminicidios.

¿Es humor y nada más? 
Muchos dicen que no hay que exagerar, que es humor y que no se puede culpar a los chistes de lo que pasa en la sociedad. Si así fuera no se podría hacer chistes sobre nada, nos dicen. Sin embargo, aun cuando se trate de bromas no podemos olvidarnos de que las mujeres y las niñas en nuestro país no solo no gozamos de igualdad de derechos sino que el hecho de ser mujeres es motivo de agresión, abusos y, en varios casos, de muerte.
No se puede hablar de humor en general cuando en Argentina casi 1000 mujeres han sido secuestradas durante los últimos años por las redes de trata, manejadas por funcionarios, jueces y policías. Los proxenetas en nuestro país, como en muchos otros, gozan de impunidad total como lo mostró trágicamente el caso de Marita Verón, que encendió la bronca de miles de personas cuando se conoció la absolución de la red que la tiene secuestrada hace años. Las leyes y los discursos del gobierno kircherista son una curita para frenar una hemorragia.
Tampoco podemos hacer de cuenta que en esta sociedad no se suele culpar a las mujeres por las violaciones; sin contar con la propia culpabilización de la justicia que obliga a las mujeres y niñas víctimas de agresiones a presentar pruebas para demostrar que ellas no fueron las culpables de la agresión.
En este contexto, el papel que juegan los medios de comunicación, oficialistas, opositores, todos los medios, no es neutral. El retrato de las mujeres en las publicidades se limita a los estereotipos de la mujer “de su casa”, o en el mejor de los casos una criatura que vive presa del consumo y la belleza. El lugar de las mujeres en los programas de televisión más vistos es el de objetos de deseo. Desde los medios masivos también se lanza un bombardeo constante que nos obliga a ser delgadas, lindas y jóvenes eternas. Nuestra sexualidad se dicta entre dos parámetros deseados: por un lado la pureza, y por otro, la mujer que debe ser sensual todo el tiempo. Las mujeres que van a trabajar todos los días, las que estudian, las que llevan adelante solas sus hogares, todas esas mujeres estamos ausentes en los medios masivos.
Algunos dicen que esta es una crítica de "feminista exagerada", que ahora se ve a las mujeres en roles más modernos, como profesionales, y que hasta llegan a mostrarse a las mujeres en roles dominantes (como en la “jefa acosadora” del mismo programa de Francella). Pero la realidad es que esos casos son contados con los dedos de una mano (y muchos de ellos cuestionables) y no es casual porque la televisión no es una isla en la sociedad ni existe disociada. Necesariamente expresa todo lo que pasa en ella, pero no lo hace con un punto de vista neutral. Y mucho de la televisión actual es producto de décadas de una sociedad capitalista en decadencia, es una consecuencia innegable de las décadas neoliberales. Los medios de comunicación reproducen un tipo de mujer, que es de determinada forma, se comporta de un modo particular, ninguna de estas cosas es "natural". Puede haber, y siempre hay ejemplos, de programas y publicidades que muestran cosas diferentes, pero son marginales.
Entonces, ¿no es posible reírse de cosas que pasan todos los días porque es hacer apología? Al margen de la discusión legal, que excede este artículo, es posible hacer humor sobre un montón de cosas, de hecho existe un sinfín de expresiones humorísticas sobre problemas cotidianos que enfrenta la mayoría de la gente.
El problema en este caso particular no es el hecho de reírse de la atracción que siente el personaje de Francella por la “nena” sino la complicidad que establece el programa con el televidente, ante un hecho aberrante como es la pedofilia. Porque es parte del “chiste” que la actriz use uniforme escolar y tenga actitudes seductoras; pero lo peor es la actitud que se pretende “provocadora” porque es moneda común que se culpe a las mujeres y las niñas de las violaciones y abusos que sufren, mientras el violador no es cuestionado o lo es livianamente. Esto es una realidad muy concreta y los “chistes” de este tipo solo refuerzan la idea de que las mujeres y las niñas “provocamos” el abuso. Sin ir más lejos, hace un año un tribunal salteño desestimó la denuncia de un padre contra el chofer el micro escolar que había manoseado a su hija de 9 años porque, para el tribunal, la niña “muestra un cuerpo desarrollado que puede llegar a ser objeto de deseo sexual”. Solo este hecho hace que cualquier insinuación de que la pedofilia puede ser graciosa o materia humorística merezca nuestro repudio.
Muy distinto es utilizar el humor para denunciar situaciones como esta denunciando a quienes esconden los abusos de curas, policías y funcionarios o denunciar la violencia machista, por solo mencionar dos ejemplos. O aprovechar los medios masivos para mostrar realidades sociales que en general están ausentes de la televisión como son las tiras o novelas que trataron temas de la trata o la violencia. Pero en ninguno de estos casos se busca “legitimar” con un guiño cómplice al televidente el abuso o la dura situación que viven las personas en situación e prostitución.

Pasa en la tele, pasa en la vida real 
Muchos de los estereotipos y prejuicios que se reproducen en la televisión se repiten en conversaciones, chistes e insultos machistas naturalizados en la sociedad. En los peores casos se expresan como violencia física y abusos. Existe una relación íntima y cotidiana entre estos dos planos. Las cachetadas, los golpes y el abuso no aparecen de la nada, se trata de una especie de cadena con muchísimos eslabones. Y no empieza y termina en la violencia contra las mujeres: quien se ríe de los chistes sobre violaciones y abusos, es muy probable que comparta humoradas sobre los trabajadores bolivianos o paraguayos, alentando las divisiones xenófobas que nos imponen los empresarios, festeje chistes homofóbicos y así sucesivamente. Cada uno de estos chistes, insultos machistas, xenófobos o racistas nos alejan un paso más de poner en pie organizaciones independientes de trabajadoras, trabajadores y jóvenes, y de esta forma debilitan nuestra la pelea contra la explotación y la opresión. Porque en última instancia nadie que oprime a otros podrá ser verdaderamente libre.
Y lo contrario también es cierto: cada vez que en una fábrica, en un hospital, en una escuela una trabajadora o un trabajador dice BASTA, impulsa la organización con sus compañeras y cuestiona la violencia contra las mujeres, estamos mejor para enfrentar los abusos patronales contra toda la clase obrera y el pueblo. Hay gestos grandes y pequeños que las organizaciones clasistas, del sindicalismo de base y organizaciones de izquierda pueden impulsar hoy mismo. Cada uno de estos gestos planta bandera. Por ejemplo, el repudio de los trabajadores de la gráfica Donelley contra el feminicidio en Benavidez perpetrado por un ex obrero de la fábrica es una declaración de principios, es decir que los trabajadores de ese lugar ya no ven “natural” que exista violencia machista, empezando por este caso extremo; y por eso no es una coincidencia que estos trabajadores levanten las banderas de los derechos de las mujeres trabajadoras (como se vio en el corte de la panamericana en el 20N).
El paro de las y los trabajadores de Kraft contra el acoso a una trabajadora de parte de un supervisor es otro gran ejemplo, este paro no termina en el rechazo a ese acoso, esta acción abre muchas más discusiones, desde la organización de las mujeres hasta el cuestionamiento de la violencia que es una realidad para muchas familias.
Pero en perspectiva es mucho más: ambos casos son un mensaje claro a las mujeres, de que en la clase trabajadora están nuestros mejores aliados.
Entonces, ¿dejar de hacer esos chistes o decir esos insultos va a cambiar el mundo o la situación que vivimos las mujeres? No. Pero dejar de reproducir los peores prejuicios de una sociedad que somete a la mitad de las personas por su género es el requisito indispensable para terminar con la violencia machista, y en ese camino, pelear por una sociedad sin opresión alguna. Por eso, es importante dejar en claro que no es posible defender los derechos de las mujeres y dejar pasar los chistes y los insultos cotidianos que a menudo se repiten sin reflexión o crítica alguna. Sobre esos prejuicios la burguesía construye divisiones entre trabajadoras y trabajadores, por su género, por su raza, su nacionalidad o su orientación sexual. Enfrentarlos es una tarea de todos los sectores que pelean contra la burocracia en los sindicatos, contra la patronal en las fábricas y talleres, porque esas divisiones solo debilitan la lucha del conjunto de la clase obrera.

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