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jueves, 17 de marzo de 2011

De tí no habla la fábula


SOBRE LA MUERTE DE DAVID VIÑAS


Por Ariane Díaz

La muerte de David Viñas, escritor y ensayista reconocido tanto por sus aportes a la literatura y a los debates político-ideológicos como por su estilo polémico (que le granjearon tantos admiradores como enconos), suscitó que intelectuales de distintas tendencias y tradiciones políticas (muchos protagonistas de eruptivas peleas con el homenajeado) y hasta ahora enfrentados en la visión del gobierno nacional, coincidieran en reivindicarlo en distintos medios y en un acto homenaje en la Biblioteca Nacional.
Un balance de la obra de Viñas amerita sin duda más que unas breves líneas, y quizás ante una muerte cercana, pesen más los recuerdos de la persona que sus escritos. Seguramente habrá en los próximos meses nuevas ediciones y artículos sobre el autor. ¿Sincero respeto por un maestro o por un adversario de altura? ¿Oportunismo? Probablemente, alguno o ambos elementos en algún “recordante”. Pero lo cierto es que la obra y vida de Viñas amerita más que una mirada apaciguadora. Merece nuevas polémicas. No las hubo, sino una llamativa unanimidad.


Sin embargo, el balance de su trayectoria parece haber producido, en varios de los homenajeantes, algo que hubiera sido del agrado del homenajeado: incomodidad. El elogio de Sarlo culmina con lo que considera hubiera sido un seguro reproche de Viñas: estar en “el diario de los Mitre”, una muestra de “lo mucho que nos separaba”. González lo evoca como “un intelectual al margen del Estado” y apela a la definición de “englutir”: “era cuando alguien que parecía libre se dejaba tragar por el régimen. Era su tema…”. Grüner se siente compelido a pronunciarse de acuerdo con Viñas en no “ser oficialista” y a traer a cuento la polémica sobre Vargas Llosa. Parece que Viñas deja una última oportunidad de ser polémico.
¿Qué es lo que inquieta a los reunidos intelectuales social-liberales o nac&pop? En primer lugar, las ideas políticas de Viñas y su lectura de las tradiciones intelectuales, plasmadas en sus ensayos y ficciones. Desde la publicación en 1964 de Literatura argentina y realidad política, que sintetiza en buena medida su estilo polémico y la clave de su lectura de la cultura nacional, no sólo es su marca la cruza desvergonzada (muchas veces iluminadora y también muchas veces unilateral) entre literatura y realidad que tanto asusta hoy a las modas textualistas de la Academia; sino también el ataque despiadado a las clases dominantes nacionales, así como el hincapié puesto en la violencia implicada en la constitución de nuestra “república”. Si la apertura del libro destaca la violencia política del período de emergencia de lo que sería nuestra intelectualidad nacional (“La literatura argentina comienza con una violación”, en referencia a un relato de Echeverría), las distintas series temporales que ordenan sus escritos intentan plasmar cómo esa generación de ideas “románticas” va encumbrándose en el poder hasta conformar la clase dominante de 1880 que, Campaña del Desierto mediante, constituye la nación moderna. La continuidad hasta hoy de esa oligarquía es algo que nunca dejaría de destacar: “Yo creo que esa secuencia está marcada por la trayectoria de esta institución y este grupo social que hoy pretende ir recomponiéndose pero que, a lo largo del tiempo, su carozo viene representando en su esencia lo mismo. Martínez de Hoz es el ministro de economía de la dictadura de Videla en 1976. Y no tan casualmente encontramos el mismo apellido Martínez de Hoz en el primer lugar de la lista de la carta que la Sociedad Rural le envía al general Roca en 1879. (…) Lógicamente con vaivenes, sino terminaríamos pesando que la oligarquía argentina es un caño sin costura”. Pero para Viñas ese sector no incluía sólo a la Sociedad Rural que el gobierno busca hoy como “mejor enemigo” para justificar sus giros de derecha, sino al conjunto de la burguesía nacional, que “tiene tan sólo un proyecto de sobrevivencia”. Una lectura donde no quedan exculpados ni la República ni el Estado, ni la oligarquía pero tampoco la burguesía nacional, ni se ocultan los posicionamientos frente a ello de los intelectuales y escritores, más allá de los matices y las virtudes estéticas que pueda tener cada uno (que no deja de analizar).
En segundo lugar, lo diferencia su propia práctica. A viñas pueden criticársele (y en muchos casos él mismo lo ha hecho), diversos posicionamientos. La propia experiencia contornista autocriticó su inicial gorilismo. En obras de ficción narró la decepción del proyecto frondicista que abrazó en su momento. Discutiendo alrededor de su Indios, ejército y frontera, criticó haber tenido sobre la dictadura de Videla una mirada “liberal” que dejaba “un vacío”, el análisis de clase que lo sustenta. Para acercarnos en el tiempo, en los años de gobierno kirchnerista no escapó, aunque inicialmente con más dudas, de cierta defensa de algunas de las medidas del gobierno, pero mantuvo: “Siento un gran rechazo por los mismos que ellos rechazan. Pero hace falta más análisis político. (…)
Adhiero, pero un intelectual no puede ser oficialista. Perdón. (…) Militantes sí. Pero me guardo ese margen de discrepancia”.
Estos elementos son los que incomodan a los homenajeantes, porque son los que efectivamente reúnen al conjunto de la intelectualidad progre, desde hace unos años quebrada por el apoyo al gobierno o no. Probablemente como “lección” de su experiencia frondicista, Viñas entendía que ser un intelectual militante de una causa no es ser un oficialista. Más fiel que muchos que citan a su favor la idea de “intelectual comprometido” referenciado en el caso Dreyfus, Viñas no parece haber olvidado que los dreyfusistas no fueron sólo los que decidieron tomar partido por una causa justa, sino los que comprendieron que dichas causas chocaban con “la razón de Estado”.
A lo largo de su vida, mientras compartió con los intelectuales de su época la radicalización política e ideológica de mediados de la década de 1950 a 1970 y el exilio, no los acompañó en la adaptación a la “razón de la democracia” burguesa a la salida de la dictadura. Mientras los intelectuales social-liberales y nac&pop, en esto en perfecto acuerdo, catalogaban sus viejas ideas como pecados de juventud y abogaban intelectual y políticamente por un progresismo cada vez más lavado, cuando no enfrentado directamente a la acción directa, Viñas reivindicaba sus influencias anarquistas y continuaba hablando de las tareas de “la izquierda”. Por ello en la entrevista que ya mencionamos decía: “Es una tarea a hacer: construir un pensamiento alternativo desde la izquierda. Ajustar las cuentas con el liberalismo democrático y el nacionalismo populista…”.
No pretendemos construir nosotros un “Viñas trotskista”. Nuestro balance de sus posiciones no estaría exento de distintas críticas así como de la consideración de diversas ideas provocativas y acertadas, balance que amerita desarrollarse con más espacio. En cuanto al lugar del intelectual, no consideramos que “intelectuales críticos” sean suficientes para constituir una fuerza social capaz de acabar con este sistema social, sino que militamos por la fusión de la intelectualidad revolucionaria con el movimiento obrero en un partido revolucionario que pueda dirigir esa lucha. Pero de lo que sí estamos seguros es que de muchos NO habla la fábula de la trayectoria del autor de Dar la cara; y si lo hace, es para polemizarles. Utilizarlo como prenda de unidad atrás de un proyecto burgués no hace más que resaltar esas diferencias.

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